Te presentamos la nueva novela de Vicente Herrasti: ‘Fue’

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Porque ya hemos dicho que la belleza o es brutal o no es belleza y también insistimos en que la de Evaristus lo era. Igual que su memoria perfecta excluía el recuerdo, la belleza del heredero tornaba inútiles las tentativas de olvido. Encontrarse con Evaristus era un evento definitorio.”

Fue
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Alfaguara nos presenta la nueva novela de Vicente Herrasti: Fue’.

Alrededor del año 130 a. C., tras un largo viaje, los destinos del joven Avi y del mítico Evaristus de Pagala coinciden en las inmediaciones de la cordillera del Hindukush. El encuentro, en apariencia casual, detona un relato en que la aventura, la espiritualidad, la historia y el lenguaje se amalgaman en una experiencia literaria desbordante que, paulatinamente, deriva en iniciación. Para llegar a ese punto, el lector habrá de adentrarse en el peculiar Portus Macedonum, en la mágica isla de Bibakta y en las montañas del Kush que, entre sus desfiladeros, cuevas y ríos, ocultan secretos casi tan antiguos como el hombre mismo.

Los personajes y situaciones memorables, la manera de abordar los llamados “grandes temas” y el vigor estilístico terminan por descubrirnos al verdadero protagonista de la novela: la belleza, eterna mediadora entre lo humano y lo divino que sabe decirlo todo sin palabras.

Estas páginas nos llevan a recorrer paisajes magníficos y aterradores, a aspirar y deleitarnos con aromas exóticos, a sufrir tormentos y vejaciones, a recorrer caminos inauditos hacia lugares hábilmente imaginados, a aceptar que la historia, en cualquiera de sus momentos, siempre es confusa para quien la vive y trata de descubrirla en la experiencia propia, pero que la posteridad puede entender como un bello sueño, un océano de palabras. Una novela en toda su amplitud, cuya tensión se basa en los ires y venires de la experiencia y de la volubilidad del tiempo.

Te dejamos con un fragmento de esta nueva novela que nos trae Vicente Herrasti en colaboración con Alfaguara:

Cuando a nadie interesa tu nombre siendo que hasta la espina lo ostenta; cuando la cresta de un gallo apasiona más que tus brazos, tus piernas o tu pecho; cuando una brizna de pasto resulta más novedosa que tu paso; cuando las viejas prefieren esperar a que te vayas para arrojar la miga a sus palomas temiendo que al cabo seas tú el beneficiario; cuando se es extranjero en todas partes y tu lengua es sinsentido y tu letra, si la hay, garabato, entonces la soledad viene a ser tan familiar como el camino recorrido.

Al salir de un bosquecillo de coníferas interrumpieron otra vez la marcha para admirar lo que se presentaba ante sus ojos. El desfiladero surgía de la nada y se convertía en garganta abisal al cabo de cincuenta codos. Desde el sitio en que admiraban el vacío podía verse también el súbito estrechamiento del sendero. A la derecha del mismo, la caída; a la izquierda, el muro de roca que remataba en una cima de hermosura lacerante. Ese mirador en la montaña enardecía la sangre e impedía pensar en todo lo ocurrido, en el mañana. La contundencia del presente era, como la belleza de verdad, brutal e inusitada.

—Los desfiladeros del Kush son como remolinos. Si te dejas atrapar no te sueltan y vas para abajo irremediablemente. No te confíes: es normal que el vértigo surja de la nada, así que evita los riesgos innecesarios. Y te insisto en que camines lo más pegado a la montaña que puedas, porque además de los desmoronamientos, las rachas por aquí han llegado a levantar mulos con todo y carga. No es por asustar; sucede a finales del otoño, pero a la montaña no se le puede tratar con ligereza en ninguna época del año. Antes de caminarle por los hombros, debemos pedir ventura. Los tres.

     Igual que una avalancha, las nubes los engulleron sin piedad. Avi no alcanzaba a distinguir de la vieja más que el bulto, pero lo más peligroso era que al quedar rodeado de nubes, el caballo se encabritaba. Narala, pegado cuanto podía a la pared de la montaña, asió la brida y lo calmó mínimamente. Resoplaba otra vez el animal cuando vino el agua en desafuero, sin advertencia, como arrojada a la tierra desde un balde gigante. Y todo en ese momento acusó gigantismo. Ya ni bultos distinguían. Lo único factible era envolverse en los propios brazos y rogar. El azote del agua era furioso y el viento la imitaba. Hasta el caballo aceptó entregarse a la espera sin rezongar y, por instinto, se pegó lo más posible a la piedra que tenía en el flanco izquierdo. La vieja, que miraba al flanco derecho del caballo, buscó con la mano a Avi y lo atrajo hacia sí. “¡Abrázate al caballo como puedas para que no te arrastre el viento!”, gritó la anciana al oído de Avi, logrando hacerse es-cuchar por sobre el estruendo de la ventisca. La oyó también el guía e hizo lo propio asiéndose del cuello grueso y empapado. Tuvo suerte. Desoír a la vieja le habría costado la vida, pues el viento hizo crisis y, de no ser por el cuello, el guía se hubiera precipitado en ese abismo, muriendo a brumas y descenso como en las pesadillas de su juventud.

     El chubasco se calmó un poco y algo de luz llegaron a ver los cuatro entre la niebla. La vieja y el guía seguían prendidos al cuello del caballo, mientras que Avi se abrazaba de la mujer para no salir volando. Como podían, cada cual trataba de pegar el cuerpo a la roca. Mientras el caballo estuviera a la altura, podrían resistir. Pero entonces la vieja notó que el agua que le corría a las espaldas era mucha más que antes. El escurrimiento ya no sólo la mojaba, sino que fluía alrededor de su rostro como si éste fuera una saliente rocosa a superar en la caída. A ese ritmo, el incipiente despeñadero de agua pronto llegaría a cascada. La vieja buscó a tientas las manos del guía y, al dar con una de ellas, la jaloneó para que el hombre se acercara.

     —¡Se forma una caída sobre nosotros! ¡Debemos movernos!

     —Si el caballo quiere —repuso el guía, desconfiando del aplomo que el animal pudiera mostrar en tal situación. La vieja estaba en lo correcto.

     Las nubes los envolvieron por segunda vez y la lluvia arreció. Ahora, la oscuridad era casi total. Una centella reveló que el guía buscaba la rienda del caballo sin hallarla. La vieja se la acercó y Narala logró asirla. La enredó en su antebrazo derecho y tiró suavemente. El caballo estaba tranquilo y obedeció noble dando unos cinco pasos. Se detuvo. Avi, que montaba en ancas, sintió que la calma del animal se iba embrollando, pues golpeaba el suelo con los cascos traseros sin atreverse a avanzar. Los tirones del guía, aunque suaves, crispaban a la bestia. Con suerte logró Narala que el caballo diera otros seis pasos y entonces sí que aumentó su reticencia. La caída de agua a las espaldas del grupo era menor en el punto actual. Bastaba con poner la mano en la roca para comprobar que la fuerza no era tanta, así que no disponían de lugar mejor que aquél para aguardar su destino.

Vicente Herrasti
Vicente Herrasti

Amamos sin darnos cuenta y sin saber que al hacerlo salvamos y somos salvados.”

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