Y al polvo regresaremos

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Interiorista con vocación geek. De naturaleza Idealista, soñadora y pacifista, amante de los libros, los gadgets y las artes. Siempre con hambre de conocimiento. Todóloga y multitasking. @GalyPoucel
Y AL POLVO REGRESAREMOS
ANA LUCÍA GUERRERO
La primera novela de Ana Lucía Guerrero nos sitúa en el México revolucionario como telón de fondo, pero cuyo centro en realidad es la ruptura de una familia que necesita perdonarse

“Mi abuela Teresa vivió con la mente entretenida y los sentimientos quietos. Yo no la conocí en físico: su cuerpo se fundió con el tiempo trece años antes de que el mío respirara por primera vez. Aun así la recuerdo nítidamente, como si en serio la hubiera vivido y no fuera más que el mito que siempre ha sido…”

Y al polvo regresaremos se presentará virtualmente el próximo jueves 21 de octubre, a las 19 horas, con la participación de Ángeles Mastretta y la autora

Esta es una historia familiar. Teresa, la abuela, creció aislada en un orfanato en medio de la Sierra Gorda queretana y desde pequeña ha visto con vergüenza su facilidad de servir de médium para las almas en pena. A través de ellas recibe la ubicación de un tesoro escondido y una popularidad que atrae a los políticos del momento para que les hable de su suerte

De sus hijos, uno se ordena como sacerdote, mientras otro se uno a su primo para armar la Revolución y terminar sus días en Europa envuelto en la Primera Guerra Mundial.

La hija Leonor, tía de la narradora, crecerá enamorada de “el General”, quien la engatusará para tenerla siempre cerca como amante y hasta le conseguirá marido para que no se vaya, marcando un destino muy distinto al de sus sueños.

Será la más pequeña, Alicia, madre de la protagonista, quién crecerá y hará sentir a Leonor la indulgencia que necesita para librarse de todas sus ataduras.

Con humor y una escritura ágil, Ana Lucía Guerrero nos hace viajar por el México revolucionario entre refranes matrimonios concertados y la ruptura de una familia que necesita perdonarse.

FRAGMENTOS:
“Cuando por primera vez mi tío Cipriano escuchó a alguien hablarle en otro idioma, pensó que de plano ahora sí se le habían pasado las copas. Sabía que existía el inglés porque le habían contado que al otro lado de la frontera “los güeros” hablaban diferente, pero nunca se había enfrentado a la vorágine de Babel. Por eso enmudeció en el momento en que el policía francés, en los albores de la Gran Guerra, le pidió sus papeles en la minúscula y aterradora frontera de Irún. Con esos antecedentes de inexperiencia parecería mentira que hubiera cargado con el tesoro por la mitad del país, lo ancho del Atlántico y un buen trecho español. Aun así, el pobre tío Cipriano —que nunca ansió la aventura y la tuvo como destino— fue a dar con el ajetreo por crédulo. Porque se le hizo música la política y se embelesó en la ideología que quiso creerle a su causa y a su abanderado. Y, nada, al final estos amores se le hicieron más fuertes que cualquier miedo.

Era el segundo de cuatro hermanos. El vientre de mi abuela, como adelantándose a lo que iba a pasar en el sistema presidencial del país, se hacía fértil cada seis años. Entonces, mi tío Tomás (el mayor) le llevaba dieciocho años a Alicia (la menor y mi mamá), y entre ellos estaban Cipriancito (como al pobre le apodaron hasta en la reminiscencia forzada
de su desaparición) y la tía Leonor. Ninguno de los hermanos de mi mamá tuvo descendencia conocida; sólo ella y yo. Por eso no sólo cuento con la libertad, sino que tengo la obligación de confesar esta historia que adquiere derecho a nacer ahora que todos ellos han muerto…”

“Le gustó que le llevara un trío huasteco el día que había acordado con su padre y con sor Benedicta la formalización del noviazgo; le gustó verlo quitarse el sombrero y entrar al salón del fondo del claustro mayor; le gustó que se conocían las miradas de toda la vida, aunque nunca las hubieran puesto a hablar; le gustó que llevara con decoro los pantalones remendados; le gustó que nunca la hubiera visto como la rara de cabellos dorados sino que debajo de sus párpados su imagen se reflejaba como el paraíso mismo; le gustó la adrenalina de las expectativas de su próxima aventura, aunque igual se inundaba de miedos cuando pensaba en su futuro lejos de las paredes naranjas, el olor a naftalina y los hábitos clarisos que la habían criado. Mi abuela Teresa parecía frágil e insegura, pero sólo de fachada porque aun así como estaba, llena de vacilaciones y de infancia, toda su existencia estuvo en primera fila de su vida. Eso, quizás, era lo que más le gustaba a él de la persona que estaba a punto de convertirse en su familia.

Teresa apenas había cumplido dieciséis años, pero ya sabía las faenas necesarias para ser una mujer-de-bien, así que las monjas aceptaron despedirse de ella para que se casara con Fortunato Burgos, el hijo de uno de los mozos de labranza que tenía como máximas posesiones el alma bien puesta y la risa abundante: era suficiente. Si no había amor, al menos existía el compromiso que les duró veintiocho años hasta que una noche de fibrilación ventricular en el pecho de mi abuelo le rompió el corazón a Teresa al dejarla viuda. El ataque fulminante se llevó a un sonriente Fortunato mientras soñaba, satisfecho de haber tenido una buena vida…”

Ana Lucía Guerrero nació en la Ciudad de México. Es licenciada en Relaciones Internacionales y maestra en Ciencia Política. Ha escrito cuentos, ensayos y crónicas que han sido publicados en distintos medios, entre los que destacan las revistas NexosEste País y Foreign Affairs Latinoamérica. Ha trabajado en temas de seguridad y política como consultora y encargada de relaciones públicas. Y al polvo regresaremos (Lumen, 2021) es su primera novela.

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GalyPoucel

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