“Tejer la oscuridad”, distopía con la que Emiliano Monge reinventa nuestros mitos.

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TEJER LA OSCURIDAD

EMILIANO MONGE

CON TEJER LA OSCURIDAD, CUYA ESTRUCTURA NARRATIVA ESTÁ COMPUESTA POR CERCA DE 80 VOCES QUE DESCRIBEN UN MUNDO DISTÓPICO, EMILIANO MONGE NOS PRESENTA SU MÁS AMBICIOSA Y ARRIESGADA OBRA

TEJER LA OSCURIDAD ES UNA DISTOPÍA QUE REINVENTA NUESTROS MITOS Y DESENTRAÑA NUESTRA IDEA DE INDIVIDUO Y COLECTIVIDAD

El mundo, tal y como lo conocemos, es cosa del pasado.

No tenemos claro qué fue lo que sucedió, apenas contamos con algunas pistas: el calor es agobiante, el cielo luce atravesado por grietas que parecen un sistema vascular y el medio ambiente es, en casi todas partes, de humedad cero.

Es el año 2034, el mundo atraviesa una guerra global entre dos frentes de fuerzas igualadas e igualmente decididas a obtener la victoria final, cuya clave parecería estar en los orfanatorios; desde hace varios años, los orfanatorios son el único lugar en donde aún transcurre eso que alguna vez fue llamado vida cotidiana. Es en uno de estos orfanatorios —inspirado en la historia de “La gran familia” o “Casa de Mamá Rosita”, el hospicio que durante más de cuarenta años regenteara de forma despótica y cruel Rosa Verduzco, mejor conocida como Mamá Rosa— donde empieza y transcurre la primera parte de Tejer la oscuridad, la última y más arriesgada novela de Emiliano Monge (autor, entre otras novelas, de Las tierras arrasadas y No contar todo).

Tejer la oscuridad es una distopía que, además de mostrar el encierro y la guerra, empuja a sus personajes —durante la segunda parte del libro, cuando la guerra ha terminado— hacia un viaje que habrá de convertirse en una diáspora, es decir, en la última marcha de nuestra especie, que va en busca de un mundo nuevo y de sus dioses antiguos. Y es que esta novela es, además de una ventana hacia el futuro, una ventana hacia el pasado: por eso también dialoga con fragmentos del Popol Vuh, del Chilam Balam y de la Visión de los vencidos.

Tras atravesar paisajes desolados, valles calcinados, ciudades y pueblos destrozados, montañas imposibles, tierras que antes habían estado sumergidas y uno de los últimos océanos que aún quedan, los personajes de Tejer la oscuridad finalmente llegan a un mundo nuevo, que es el territorio en donde trascurre la tercera y última parte de la novela. Y que es, además, el territorio en donde la unión se vuelve a deshacer y donde afloran, al tiempo que la tierra cobra vida, las diferencias que habitan al interior de todos los colectivos.

Metáfora de nuestros tiempos y de las sociedades que hemos construido, Tejer la oscuridad es, también, una novela sobre el lenguaje —como vehículo de transformación social— y sobre el tiempo —como herramienta de esclavitud pero también de salvación—; sobre la oscuridad —que es la mano derecha de la luz— y sobre la luz —que es la mano izquierda de la oscuridad—.

Además, es una novela sobre la solidaridad y el egoísmo, la fatalidad y la esperanza, la voz de uno y el canto de la tribu, el triunfo del nosotros sobre el yo y la victoria de la multitud sobre el individuo. De ahí que sea una novela polifónica, contada por más de ochenta narradores cuyas voces sólo importan en tanto son parte de un torrente.

Leer esta novela es como escuchar la radio, cambiando una y otra vez de estación y siempre en vano: todas las frecuencias están narrando, están diciendo lo mismo. La voz interior ha sido aniquilada, sólo nos queda la voz que habla en voz alta. Como una imaginación que ya no imagina con imágenes.

FRAGMENTOS:

“…No recuerdo cómo eran las voces de mis hermanos ni cómo eran las de mis padres. El mar se los tragó cuando inundó los pueblos de la costa, cuando desaparecieron los lugares, las casas, los animales y todas esas gentes que ya tampoco recuerdo. Por eso no quiero olvidar lo que me pasa en este hospicio ni tampoco a nadie que aquí viva conmigo. Ellos son la familia que ahora tengo…”

“…En silencio, la vimos sacarse a cada hijo que traía adentro de la panza. Al final, cuando ella ya había terminado, mamá recogió a los cinco gatitos, los metió en una bolsa de tela y los sumergió en el tanque del escusado. ¡No estés llorando, Ligio!, me gritó mamá, con las manos todavía adentro del agua. Entre sus piernas, Gea aullaba y daba vueltas, desesperada. Cuando por fin me controlé, recogí a Gea, la abracé con todas mis fuerzas y nos marchamos de esa casa. Luego un par de policías nos trajeron a este orfelinato, donde Gea es feliz porque hay muchos otros gatos y donde yo también soy feliz, porque Laudo y Madre me permiten cuidarlos a todos.”

“…Hoy, a cinco noches de alcanzar la última cima, según cálculos de Egidio, quien después de que enfrentáramos a los exterminadores empezó a compartir con Ligio y Juana su posición de mando en nuestra marcha, aconteció una cosa que nosotros, los que nacimos en las guerras o tras éstas, nunca habíamos observado y que los viejos, según dijeron, no esperaban ver de nuevo. El cielo se cubrió de nubes. Refulgieron luego cientos de relámpagos mudos y deformes. Un viento fresco barrió después la tierra. Y, finalmente, cayó encima nuestro un aguacero. Así le dijo Juana a eso que no era otra cosa que más agua de la que una haya soñado…”

“…Eneas, Capu y Mila, sin embargo, se tardaron demasiado. No sabían reconocer las palabras que nos hacían sentir el mundo, no como nos toca a nosotros, sino como éste era sentido por los hombres y mujeres que había antes. Los que se duplicaron y destruyeron luego todo. Los que nos heredaron este cementerio de destellos. Por suerte, esta madrugada finalmente entregaron sus palabras…”

“…Eso es, tal vez sea eso lo que quieren nuestros dioses, sumó Ligio tras un rato: que además de haber perdido el miedo, que además de habernos desquitado, empecemos a cazarlos. No mereceremos el mundo nuevo, hasta no haber purgado el viejo, añadió mostrándose, por primera vez en mucho tiempo, de acuerdo con Egidio.

Somos el arma que ellos tienen, añadió Juana tomando el bulto y levantándose de un salto: nosotros somos la oscuridad, ellos son los últimos destellos de la luz. Debemos apagarlos, desquitar que nuestros dioses fueron dominados por el suyo. El nuevo mundo hay que ganárnoslo y para eso será necesario exterminar a todos los que antes nos cazaban…”

“…la clave es renunciar, olvidar la libertad, aceptar que el libre albedrío es una ilusión, igual a cualquier otra que permanezca atrapada en el pentágono que encierra a los sentidos, igual a cualquier cosa que presume algún sentido: lo que vemos, olemos, oímos, saboreamos y sentimos,

desaparece en cuanto vemos lo que oímos o saboreamos aquello que sentimos. Y peor aún

cuando hacemos todo al mismo tiempo: las ilusiones se deshacen y queda nada más la oscuridad.”

Emiliano Monge (Ciudad de México, 1978) es politólogo y escritor. Publicó los libros de relatos Arrastrar esa sombra (2008), finalista del Premio Antonin Artaud, y La superficie más honda (Literatura Random House, 2017); las novelas Morirse de memoria (2010), El cielo árido (Literatura Random House, 2012), ganadora del XXVIII Premio Jaén de Novela y del V Premio Otras Voces, Otros Ámbitos, Las tierras arrasadas (Literatura Random House, 2015), ganadora del IX Premio Iberoamericano de Novela Elena Poniatowska y No contar todo (Literatura Random House, 2018). Algunos de sus relatos aparecen en las antologías Lo desorden (Alfaguara, 2013) y Mexico20, New Voices, Old Traditions (2015). En 2011 fue reconocido por la Feria Internacional del Libro de Guadalajara como uno de los 25 escritores más importantes de América Latina, y en 2015 por el Conaculta, el Hay Festival y el Consejo Británico como uno de los escritores menores de 40 años más importantes de su país. Su obra ha sido traducida a varios idiomas.

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