The Third Person: de amores y separaciones.

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Joshua

Leo, observo, escucho, pruebo, toco para hablar de ello. Cine, gastronomía, literatura y otras perversiones.

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El cineasta, británico Paul Edward Haggis (1953) – director de la película ganador al Oscar en 2005, Crash – nos trae en esta ocasión The third person (Amores infieles, 2013) que, dicho sea de paso, la traducción del título es de lo más desacertado para el entendimiento de la película.

amores infieles

Amores Infieles relata simultáneamentetres historias. La primera se desarrolla en París y se centra en la relación de Michael (Liam Neeson), un escritor ganador del premio Pullitzer, y su amante Anna (Olivia Wilde), escritora de revistas sociales con grandes ambiciones literarias. La segunda trata  sobre Scott (Adrien Brody), un ladrón de diseños de moda en la ciudad de Roma, y sobre Monika (Moran Atias) una desesperada rumana que necesita dinero para poder rescatar a su hija de las garras de la mafia. La última nos lleva hasta Manhattan, en donde conoceremos a la bella Julia (Mila Kunis), una mujer sin dinero y psicológicamente inestable que enfrenta una batalla legal contra su ex marido Rick (James Franco) por la custodia de su hijo. Sobre el cual sugieren sufrió un lamentable accidente causado por Julia.

La trama es atractiva, sin embargo se diluye  con el correr del carrete y no termina por cuajar la historia. Es entonces cuando los actores, de aclamadas trayectorias, terminan por rescatar el cortometraje del director. La estrategia, empleada un sinfín de veces en el cine, es que las tres historias se entrecrucen  por medio de un acontecimiento o la aparición de un objeto, resultado que no se logra salvo intermitentes insinuaciones a lo largo de la película.

La sistemática de la película oscila entre la pérdida y el haber, pues se narran tortuosas relaciones fraternales en las que los padres se enfrentan tanto a la muerte o separación de sus hijos como a la esperanza nunca afirmada de volver a reunirse con ellos. Acierto – o desacierto quizás – es que la película no ofrece ninguna respuesta contundente que termine con la inquietud del espectador, sumiéndolo en el mismo sentimiento de falta e incertidumbre. Un ejemplo claro es en la primera historia, donde la muerte del hijo de Michael no se menciona en ningún momento, pero el espectador tiene que intuirla a partir de retazos de conversaciones que une conforme se suceden las escenas. No obstante, queda una pieza perdida, una frase olvidada que al final de la película impide confirmar todas las suposiciones, incluso en la escena final.

No hay que condenar a Haggis, pues a pesar de esta historia-rompecabezas de piezas perdidas, presenta escenas de un valor estético admirable, como la charla entre Julia y Rick dónde ella revela que si causó el accidente a su hijo o la escena dónde Anna se encuentra con su padre y sabemos que el abusa de ella.

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A esta trama lastimada hay que sumar la complicación de la madeja narrativa que integran las demás historias. La apuesta es arriesgada cuando se trata de apelar a la paciencia del espectador en una película plagada de dudas sin respuesta; una película que cuando puede ser coherente también resulta inverosímil; en una película que resulta, en muchos pasajes, ininteligible. En fin, vaya usted a verla y me cuenta si le gusto.

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