“Oda a la soledad y …” de Gisela Leal

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Joshua

Leo, observo, escucho, pruebo, toco para hablar de ello. Cine, gastronomía, literatura y otras perversiones.

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Gisela Leal
Oda a la soledad y a todo aquello que pudimos ser y no fuimos porque así somos

 

«Somos –inconsciente o conscientemente– nuestras propias fronteras para la evolución. Los humanos llevamos en nuestro adn esta capacidad intrínseca de autosabotaje de la cual no podemos deshacernos precisamente porque lo llevamos en la sangre. Tendríamos que dejar de ser humanos, tendríamos que convertirnos en ninjas para que fuera distinto. Y es necesario que pasen años, décadas, toda una vida para que, al final de esta, nos demos cuenta de todo lo que no nos atrevimos a hacer por haber sido incapaces de enfrentar a un enemigo tan familiar, uno del que conocemos todas y cada una de sus técnicas y estrategias, uno tan fácil de vencer como lo somos nosotros mismos.»

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«Porque nunca nada importa es que he decidido que hoy voy a terminar mi obra maestra; que en algún momento de este día voy a ponerle el punto final a mi biografía; que hoy tendré mi última cena y veré mi última película y diré mis últimas palabras y lloraré por una última vez; porque nunca nada importa es que he decidido que hoy es un buen día para morir
La anécdota que anima Oda a la soledad no es extraordinaria; la novela, sí. La trama parte de la tentativa de suicidio de Emiliano Rivera del Pozo, exitoso cineasta neurótico que mantiene una tensa -por decir lo menos- relación con sus padres. A partir este hecho, la autora establece las coordenadas familiares y sociales que están detrás de la decisión: la infancia solitaria del protagonista, en medio de lujos pero sin amor; la indiferencia de una madre, María Helena, soberbia y dominante, más interesada por su estatus socioeconómico, y el bienestar de su hijo mayor -Renato- que en las necesidades del protagonista, a las cuales ella experimenta como exigencias injustas; la vida inercial y timorata del padre, Luis Leonardo, que repite con Emiliano las imposiciones arbitrarias por él padecidas, y se engaña concentrándose en hacer crecer la empresa familiar a costa de su vocación artística y de su incapacidad para enfrentar a su propio padre; la absoluta intransigencia de éste, también Leonardo, quien -traumado porque el desbordado alcoholismo de su progenitor le hiciera perder la fortuna familiar- trabajó desde los ocho años para realizar un proyecto empresarial que se convirtió en destino para su hijo (y por extensión, para sus nietos); el aislamiento rencoroso de la abuela, Genoveva, quien encuentra en las artes y la cultura el pretexto para alejarse de un mundo que considera hostil o, en el mejor de los casos, desagradable, y donde incluye a su único hijo (Luis Leonardo); la decidida ambición de su abuela materna, Graciela, cuya capacidad emprendedora y visión de la moda le permite progresar desde una posición social modesta hasta una desahogada, alimentando con su ejemplo y sus palabras las incontroladas pretensiones de su hija (María Helena); la sombra de su abuelo materno, Damián, apenas advertido en una familia dirigida por mujeres; la insoportable vacuidad de su hermano (Renato), junior consentido e inútil, once años mayor que Emiliano, a quien sus padres y abuelos -muy en especial su madre- consideran la suma de todas las virtudes; y la situación de descomposición social de un país que reproduce la violencia en una magnitud tal que alcanza a cualquier familia -la familia Rivera del Pozo en este caso- a partir de un hecho fortuito.
¿Qué hay de extraordinario en todo ello? Nada. Excepto que la forma como semuestra al lector es una suerte de explicación, es una respuesta a la pregunta “¿Cómo llegó a suceder que el protagonista tomara la decisión de suicidarse?” y, detrás de ésta, a la más importante y general: “¿Cómo llegamos a ser lo que somos?” (la cual, con cierto desparpajo, encontramos disfrazada en el título del libro: Oda a la soledad y a todo aquello que pudimos ser y no fuimos porque así somos). Podría decirse que Gisela Leal tiene más pasión por comprender que por escribir, si no fuera porque la buena literatura trata de la verdad. Y ciertamente, es la sustancia con la que esta entretejida la novela, siempre que se entienda que la verdad buscada y mostrada no remite a un hecho o una serie de hechos que podrían postularse de manera científica, sino que es indecible. Si bien la autora aborda las diversas determinaciones causales que constituyen la vida de Emiliano -biológicas, psicológicas, genéticas, familiares, históricas, sociales- nos deja ver que ésta no se reduce a ellas. En otras palabras: muestra la libertad del protagonista en medio de la multitud de datos objetivos de toda índole que lo conforman, la cual es inasible precisamente porque está más allá de las determinaciones. He aquí lo extraordinario de Oda a la soledad -y sin embargo propio de toda gran novela-: busca la verdad de lo que somos en el continuo enfrentarse la libertad al mundo.
Si la frase anterior remite demasiado al existencialismo de la segunda mitad del siglo xx, es necesario aclarar que el aire de familia -que sin duda existe- no debe exagerarse. Por un lado, el tema antedicho es condición constante, o al menos frecuente, en la literatura de cualquier época. Por otro, conviene enfatizar algo que sólo superficialmente es una perogrullada: se trata de un libro actual. No únicamente por el empleo de un lenguaje cotidiano en personas menores a los treinta años -que incluye subdivisiones tribales-, ni por la incorporación de elementos estrictamente contemporáneos -tecnológicos, publicitarios o de moda-, ni por un imaginario colectivo que los posmodernos se niegan a seguir tratando de posmodernidad; además -y sobre todo- por la cultura que engloba tales factores (y a la que debe agregarse el saber en general -genética, sociología, psicología, etcétera-) y que sirve como horizonte de interpretación del texto, dando verdadero sentido a su condición de actualidad.
Se trata, en este sentido, de la reinvención -o actualización, si se prefiere- de la novela psicológica. De alguna manera todas lo son, pero aquí se habla más específicamente de aquellos textos que se preocupan por explicar o exponer la acciones de sus personajes como productos de su vida interior o subjetividad. Aunque se trate de un recurso muy antiguo, existe amplio consenso en identificar al siglo xix -Stendhal y Dostoievsky- como su época de florecimiento. El siglo xx también se ocupó del género, en particular bajo el impulso del psicoanálisis. La variante que introduce Gisela Leal es -una vez superado el pansexualismo freudiano y la poderosa idea de alma (libertad) en la que el novelista ruso situó los conflictos- multidisciplinaria, pues atiende a diversos factores (historia, sociedad, genética, etcétera) que, introyectados, explican la acción del individuo; y bidireccional, pues hay una dialéctica permanente entre subjetividad y objetividad.
En una época signada por la banalidad de casi todo, incluyendo la literatura -“La época se volvió laxa”, observaba Ezra Pound-, Oda a la soledad debe saludarse como un intento serio, honesto (y en muchas ocasiones divertido) de llamar la atención sobre lo que verdaderamente importa.

FRAGMENTOS

“No era miedo a cómo se sentiría el impacto del metal contra su cuerpo a una velocidad de 16.9 mph ni lo que pasara después de eso porque, no importaba lo que fuera, él no estaría ahí para saberlo. Definitivamente tampoco era el miedo a que, después de esto, no hubiera marcha atrás y, entonces sí, todo hubiera acabado, no. Era eso: pensar que un momento tan suyo, tan íntimo se convertiría en un festín de morbo y mal gusto era algo que, con independencia de qué tanto deseara un final, nunca se perdonaría.”

“En todo esto no solo estaba la seducción que hacer lo prohibido le provocaba; no hay que olvidar que en las mujeres existe un gen aún no descifrado por la medicina que las hace sentir una inevitable atracción hacia los hombres que las tratan mal, hacia los rebeldes sin causa, hacia los hijos de puta que solo son capaces de respetar a su santa madre y a sus hermanas porque, en su mente, estas son mujeres distintas al resto.”

“Volteó al cielo decorado de estrellas, entregó sus oídos al vaivén de las olas, se dejó arrullar por ellas y la brisa que corría al mismo tiempo que observaba detalladamente –endiosadamente– la cara de María Helena hasta quedar completamente hipnotizado por sus ojos que, iluminados por el fuego de la fogata y sus lágrimas de coraje, se veían más bellos y enigmáticos que nunca. Y lo hizo: todas estas fuerzas divinas –o el efecto de la mota y el alcohol, si queremos ser más realistas y menos románticos– convencieron a Luis para sentirse preparado de hincarse sobre la arena menos elegante de todas las playas mexicanas y pronunciar su sentencia de muerte: María Helena, ¿te quieres casar conmigo?”.

“¿Cómo me callarías? Pinche vieja calientahuevos, pensaba Leandro mientras la tenía tan cerca que podía descifrar el olor del tequila y el ron que emanaba su boca. Como se debe: con una buena cogida, de esas que su muñequito no le ha dado en mucho tiempo. O nunca, le dijo a esa cara que cada vez tenía más cerca. Esto será suficiente para que esta niñita popis se deje de chingaderas, pensó Leandro. Pero la verdad es que, en esta ocasión, el muchacho subestimó las provocaciones de su vecina. Y justo cuando todo parecía indicar que nada inmutaría su cara de indiferencia y apatía, el simple sonido de su cinturón siendo desabrochado seguido por el de su zíper fue suficiente para que esto cambiara.”.

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Gisela Leal publicó su ópera prima El Club de los Abandonados en 2012, con 24 años, convirtiéndose en la escritora más joven publicada por Alfaguara. Ha publicado en la revista española Eñe y en la P Magazine, de México. Su segunda novela es El maravilloso y trágico arte de morir de amor.
@gisela_leal

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